Do livro Elogio da sombra – 22 / 31
Invocação a
Joyce
Dispersos em
dispersas capitais,
solitários e
muitos,
brincávamos
ser o primeiro Adão
que nomeou as
coisas.
Pelos vastos
declives da alta noite
que lindam
com a aurora,
buscamos
(recordo ainda) as palavras
da lua, da
morte, das nascentes manhãs
e dos muitos
mais hábitos dos homens.
Nós fomos o
imagismo, o cubismo,
os
conventículos e seitas
que as mais crédulas universidades veneram.
Inventamos a
falta de pontuação,
a
inexistência de maiúsculas,
as estrofes
em formato de pombas
e dos bibliotecários de Alexandria.
Cinza, o
labor sem fim de nossas mãos
e um fogo
ardente nossa fé.
Tu, nesse
ínterim, forjavas
nas cidades
do teu desterro,
naquele
desterro que foi
teu detestado
e escolhido instrumento,
a arma de tua
arte,
erigias teus
árduos labirintos,
infinitos e
infinitesimais,
admiravelmente
mesquinhos,
mais
populosos do que a história.
Nós morremos
sem havermos divisado
a rosa ou a
biforme fera
que de teu
dédalo são o centro,
porém a
memória possui seus talismãs,
seus ecos de
Virgílio,
e assim pelas
ruas da noite permanecem
teus infernos
esplêndidos,
tantas
cadências e metáforas tuas,
os ouros de
tua sombra.
Que importa
nossa covardia se há na terra
um só homem
valente,
que importa a
tristeza se existiu no tempo
alguém que se
disse feliz,
que importa
minha perdida geração,
esse vago
espelho,
se teus
livros a justificam.
Eu sou todos
aqueles outros. Aqueles
que teu rigor
obstinado resgatou.
Sou os que tu
não conheces e os que tu salvas.
Invocación a
Joyce
Dispersos en dispersas capitales,
solitarios y
muchos,
jugábamos a
ser el primer Adán
que dio
nombre a las cosas.
Por los
vastos declives de la noche
que lindan
con la aurora,
buscamos (lo
recuerdo aún) las palabras
de la luna,
de la muerte, de la mañana
y de los
otros hábitos del hombre.
Fuimos el
imagismo, el cubismo,
los
conventículos y sectas
que las
crédulas universidades veneran.
Inventamos la
falta de puntuación,
la omisión de
mayúsculas,
las estrofas
en forma de paloma
de los
bibliotecarios de Alejandría.
Ceniza, la
labor de nuestras manos
y un fuego
ardiente nuestra fe.
Tú, mientras
tanto, forjabas
en las
ciudades del destierro,
en aquel
destierro que fue
tu aborrecido
y elegido instrumento,
el arma de tu
arte,
erigías tus
arduos laberintos,
infinitesimales
e infinitos,
admirablemente
mezquinos,
más populosos
que la historia.
Habremos
muerto sin haber divisado
la biforme
fiera o la rosa
que son el
centro de tu dédalo,
pero la
memoria tiene sus talismanes,
sus ecos de
Virgilio,
y así en las
calles de la noche perduran
tus infiernos
espléndidos,
tantas
cadencias y metáforas tuyas,
los oros de
tu sombra.
Qué importa
nuestra cobardía si hay en la tierra
un solo
hombre valiente,
qué importa
la tristeza si hubo en el tiempo
alguien que
se dijo feliz,
qué importa
mi perdida generación,
ese vago
espejo,
si tus libros
la justifican.
Yo soy los
otros. Yo soy todos aquellos
que ha
rescatado tu obstinado rigor.
Soy los que
no conoces y los que salvas.