Falando de Rembrandt à minha mãe
Minha mãe e Rembrandt têm algo em comum:
a dignidade da pobreza. Bruxa de seus pães
alimentava aos filhos com moedas de mentira
e ainda lhe sobrava para o unguento do ferido.
Rembrandt regurgitava suas Aves do Paraíso
na boca de seus credores, enfiava moedas de luz
em seus bolsos para pagar aluguel, mesa, amores.
Desesperada, colérica a mão iluminava
com dignidade outras misérias.
Minha mãe tinha doze anos quando um autorretrato
de Rembrandt foi destinado à coleção que Hitler
mantinha em Linz. A família Raman o vendeu
a Goering por vinte e cinco vistos para salvar
vinte e cinco vidas dos fornos.
Como iria saber Rembrandt que esse retrato,
que talvez o tenha salvado de seus credores,
seria trocado por vidas?
Em algum museu esse retrato está e no retrato
a luz que quando menino via no rosto de minha mãe
quando entrava no quarto, pesada de dores mas digna.
No escuro, que torna mais frágeis as coisas,
minha mãe estava em seu melhor Rembrandt,
iluminando o filho com ternura que brotava dos olhos.
Agora em seus oitenta, digo-lhe que essa luz
que me acompanhou por todas as noites está
em luxuosas salas de museus que nada têm
a ver com o quarto onde ela e Rembrandt
distraíam-se com seus contos de miséria.
Hablándole de Rembrandt a mi madre
Mi madre y Rembrandt tienen algo en común:
la dignidad de la pobreza. Bruja de sus panes
alimentaba a los hijos con monedas de mentiras
y todavía le sobraba para el ungüento del herido.
Rembrandt regurgitaba sus Aves del Paraíso
en boca de sus acreedores, metía monedas de luz
en sus bolsillos para pagar alquiler, mesa, amores.
Desesperada, rabiosa la mano iluminaba
con dignidad otras miserias.
Mi madre tenía doce años cuando un autorretrato
de Rembrandt fue a dar a la colección que Hitler
mantenía en Linz. La familia Raman se lo canjeó
a Goering por veinticinco visas para salvar
veinticinco vidas de los hornos.
¿Cómo iba a saber Rembrandt que ese retrato,
que quizá lo salvó de sus acreedores,
se cotizaría en vidas?
En algún museo está ese retrato y en el retrato
la luz que de niño veía en la cara de mi madre
cuando entraba al cuarto, pesada de dolores pero digna.
En la oscuridad, que vuelve más frágiles las cosas,
mi madre estaba en su mejor Rembrandt,
iluminando al hijo con la ternura que le brotaba de los
ojos.
Ahora, en sus ochenta, le digo que esa luz
que me acompañó todas las noches está
en suntuosas salas de museos que nada tienen
que ver con el cuarto donde ella y Rembrandt
distraían con sus cuentos a la miseria.