Do livro Elogio da sombra – 31 / 31
Elogio da
sombra
A velhice (tal é o nome que os
outros lhe dão)
pode ser o tempo de nossa dita.
O animal morreu ou por pouco
morreu.
Ficam o homem e sua alma.
Vivo entre formas luminosas e
vagas
que não são ainda a escuridão.
Buenos Aires,
que antes se esparramava em
subúrbios
até a planície incessante,
voltou a ser a Recoleta, o Retiro,
as confusas ruas do Once
e as precárias casas velhas
que ainda chamamos o Sul.
Sempre em minha vida foram
demasiadas as coisas;
Demócrito de Abdera arracou os
olhos para pensar;
o tempo tem sido meu Demócrito.
Esta penumbra é lenta e não dói;
flui por um manso declive
e se assemelha à eternidade.
Meus amigos não têm rosto,
as mulheres são o que foram há
tantos anos,
as esquinas podem ser outras,
não há letras nas páginas dos
livros.
Tudo isto deveria atemorizar-me,
mas é uma ternura, um retorno.
Das gerações dos textos que há na
terra
só terei lido uns poucos,
os que sigo lendo na memória,
lendo e transformando.
Do Sul, do Leste, do Oeste, do
Norte
convergem os caminhos que me
trouxeram
a meu secreto centro.
Esses caminhos foram ecos e
passos,
mulheres, homens, agonias,
ressurreições,
dias e noites, entressonhos e sonhos,
cada ínfimo instante do ontem
e dos ontens do mundo,
a firme espada do dinamarquês e a
lua do persa,
os atos dos mortos,
o compartilhado amor, as palavras,
Emerson e a neve e tantas coisas.
Agora posso esquecê-las. Chego a
meu centro,
a minha álgebra e minha chave,
a meu espelho.
Cedo saberei quem sou.
Elogio De La Sombra
La vejez (tal
es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron
demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos
que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches, entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi
centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.