sábado, 25 de setembro de 2021

Jorge Luis Borges (Argentina: 1899 – 1986)

Do livro Elogio da sombra – 20 / 31

 

Os gaúchos

 

Quem lhes teria dito que seus antepassados vieram por um mar, quem lhes teria dito o que são um mar e suas águas.

 

Mestiços do sangue do homem branco, fizeram pouco caso, mestiços do sangue do homem vermelho, foram seus inimigos.

 

Muitos não terão ouvido jamais a palavra gaúcho, ou a terão ouvido como um insulto.

 

Aprenderam os caminhos das estrelas, os hábitos do ar e do pássaro, as profecias das nuvens do Sul e da lua com um halo.

 

Foram pastores do gado bravio, firmes no cavalo do deserto que haviam domado nessa manhã, laçadores, marcadores, tropeiros, homens da milícia policial, por algumas vezes matreiros; algum, a quem escutavam, foi o trovador.

 

Cantava sem pressa, porque a aurora tarda a clarear, e não alteava a voz.

 

Havia peões tigreiros; escudado no poncho o braço esquerdo, o direito afundava o punhal no ventre do animal, empinado e alto.

 

O diálogo pausado, o mate e o baralho foram os moldes de seu tempo.

 

Ao contrário de outros camponeses, eram aptos à ironia.

 

Eram sofridos, castos e pobres. A hospitalidade foi sua festa.

Em alguma noite os perdeu o desordeiro álcool dos sábios.

 

Morriam e matavam com inocência.

 

Não eram devotos, afora alguma obscura superstição, mas a dura vida ensinou-lhes o culto da coragem.

 

Homens da cidade lhes inventaram um dialeto e uma poesia de metáforas rústicas.

 

Certamente não foram aventureiros, mas um arreio os levava muito longe e mais longe as guerras.

 

Não deram à história um só caudilho. Foram homens de Lopez, de Ramirez, de Artigas, de Quiroga, de Bustos, de Pedro Campbell, de Rosas, de Urquiza, daquele Ricardo López Jordán que mandou matar Urquiza, Peñaloza e Saraiva.

 

Não morreram por essa coisa abstrata, a pátria, senão por um patrão  casual, uma ira ou  pelo convite de um perigo.


Sua cinza está perdida em remotas regiões do continente, em repúblicas de cuja história nada souberam, em campos de batalha, hoje famosos.

 

Hilario Ascasubi os viu cantando e combatendo.

 

Viveram seu destino como em um sonho, sem saber quem eram ou o que eram.

 

Talvez o mesmo suceda a nós.

 

 

Los Gauchos


Quién les hubiera dicho que sus mayores vinieron por un mar, quién les hubiera dicho lo que son un mar y sus aguas.


Mestizos de la sangre del hombre blanco, lo tuvieron en poco, mestizos de la sangre del hombre rojo, fueron sus enemigos.


Muchos no habrán oído jamás la palabra gaucho, o la habrán oído como una injuria.


Aprendieron los caminos de las estrellas, los hábitos del aire y del pájaro, las profecías de las nubes del Sur y de la luna con un cerco.


Fueron pastores de la hacienda brava, firmes en el caballo del desierto que habían domado esa mañana, enlazadores, marcadores, troperos, hombres de la partida policial, alguna vez matreros; alguno, el escuchado, fue el payador.


Cantaba sin premura, porque el alba tarda en clarear, y no alzaba la voz.

 

Había peones tigreros; amparado en el poncho el brazo izquierdo, el derecho sumía el cuchillo en el vientre del animal, abalanzado y alto.


El diálogo pausado, el mate y el naipe fueron las formas de su tiempo.


A diferencia de otros campesinos, eran capaces de ironía.


Eran sufridos, castos y pobres. La hospitalidad fue su fiesta.

 

Alguna noche los perdió el pendenciero alcohol de los sábados.


Morían y mataban con inocencia.

 

No eran devotos, fuera de alguna oscura superstición, pero la dura vida les enseñó el culto del coraje.


Hombres de la ciudad les fabricaron un dialecto y una poesía de metáforas rústicas.

 

Ciertamente no fueron aventureros, pero un arreo los llevaba muy lejos y más lejos las guerras.


No dieron a la historia un solo caudillo. Fueron hombres de López, de Ramírez, de Artigas, de Quiroga, de Bustos, de Pedro Campbell, de Rosas, de Urquiza, de aquel Ricardo López Jordán que hizo matar a Urquiza, de Peñaloza y de Saravia.


No murieron por esa cosa abstracta, la patria, sino por un patrón casual, una ira o por la invitación de un peligro.

 

Su ceniza está perdida en remotas regiones del continente, en repúblicas de cuya historia nada supieron, en campos de batalla, hoy famosos.


Hilario Ascasubi los vio cantando y combatiendo.


Vivieron su destino como en un sueño, sin saber quiénes eran o qué eran.


Tal vez lo mismo nos ocurre a nosotros.


 


sexta-feira, 24 de setembro de 2021

Jorge Luis Borges (Argentina: 1899 – 1986)

 

Do livro Elogio da sombra – 19 / 31

 

O guardião dos livros

 

Aí estão os jardins, os templos e a justificativa dos templos,

A exata música e as exatas palavras,

Os sessenta e quatro hexagramas,

Os ritos que são a única sabedoria

Que outorga o Firmamento aos homens,

O decoro daquele imperador

Cuja serenidade foi refletida pelo mundo, seu espelho,

De sorte que os campos davam seus frutos

E as torrentes respeitavam suas margens,

O unicórnio ferido que regressa para marcar o fim,

As secretas leis eternas,

O concerto do orbe;

Essas coisas ou sua memória estão nos livros

Que custodio na torre.

 

Os tártaros vieram do Norte

Em escovados potros pequenos;

Aniquilaram os exércitos

Que o Filho do Céu mandou para castigar sua impiedade,

Erigiram pirâmides de fogo e cortaram gargantas,

Mataram o perverso e o justo,

Mataram o escravo acorrentado que vigia a porta,

Usaram e esqueceram as mulheres

E seguiram rumo ao Sul,

Inocentes como animais carnívoros,

Cruéis como punhais.

Na alvorada incerta

O pai de meu pai salvou os livros.

Aqui estão na torre onde jazo,

Recordando os dias que foram de outros,

Os alheios e antigos.

 

Em meus olhos não há dias. As prateleiras

Estão muito altas e não as alcançam meus anos.

Léguas de pó e sonho cercam a torre.

Por que me enganar?

 

A verdade é que nunca soube ler,

Mas me consolo pensando

Que o imaginado e o passado já são o mesmo

Para um homem que foi

E que contempla o que foi a cidade

E agora volta a ser o deserto.

O que me impede de sonhar que por alguma vez

Decifrei a sabedoria

E desenhei com diligente mão os símbolos?

Meu nome é Hsiang. Sou o que custodia os livros,

Que talvez sejam os últimos,

Pois nada sabemos do Império

E do Filho do Céu.

Aí estão nas altas prateleiras,

Próximas e distantes a um só tempo,

Secretas e visíveis como os astros.

Aí estão os jardins, os templos.

 

El Guardián De Los Libros


Ahí están los jardines, los templos y la justificación de los templos,
La recta música y las rectas palabras,
Los sesenta y cuatro hexagramas,
Los ritos que son la única sabiduría
Que otorga el Firmamento a los hombres,
El decoro de aquel emperador
Cuya serenidad fue reflejada por el mundo, su espejo,
De suerte que los campos daban sus frutos
Y los torrentes respetaban sus márgenes,
El unicornio herido que regresa para marcar el fin,
Las secretas leyes eternas,
El concierto del orbe;

Esas cosas o su memoria están en los libros
Que custodio en la torre.

Los tártaros vinieron del Norte
En crinados potros pequeños;
Aniquilaron los ejércitos
Que el Hijo del Cielo mandó para castigar su impiedad,
Erigieron pirámides de fuego y cortaron gargantas,
Mataron al perverso y al justo,
Mataron al esclavo encadenado que vigila la puerta,
Usaron y olvidaron a las mujeres
Y siguieron al Sur,
Inocentes como animales de presa,
Crueles como cuchillos.

En el alba dudosa
El padre de mi padre salvó los libros.
Aquí están en la torre donde yazgo,
Recordando los días que fueron de otros,
Los ajenos y antiguos.

En mis ojos no hay días. Los anaqueles
Están muy altos y no los alcanzan mis años.
Leguas de polvo y sueño cercan la torre.
¿A qué engañarme?

 

La verdad es que nunca he sabido leer,
Pero me consuelo pensando
Que lo imaginado y lo pasado ya son lo mismo
Para un hombre que ha sido
Y que contempla lo que fue la ciudad
Y ahora vuelve a ser el desierto.
¿Qué me impide soñar que alguna vez
Descifré la sabiduría
Y dibujé con aplicada mano los símbolos?
Mi nombre es Hsiang. Soy el que custodia los libros,
Que acaso son los últimos,
Porque nada sabemos del Imperio
Y del Hijo del Cielo.
Ahí están en los altos anaqueles,
Cercanos y lejanos a un tiempo,
Secretos y visibles como los astros.
Ahí están los jardines, los templos.


 


quinta-feira, 23 de setembro de 2021

Jorge Luis Borges (Argentina: 1899 – 1986)

Do livro Elogio da sombra – 18 / 31

  

Junho. 1968

 

Na tarde de ouro

ou numa serenidade cujo símbolo

poderia ser a tarde de ouro,

o homem dispõe os livros

nas prateleiras que aguardam

e sente o pergaminho, o couro, a trama

e o prazer que dão

a previsão de um hábito

e o estabelecimento de uma ordem.

Stevenson e o outro escocês, Andrew Lang,

aqui recomeçarão, de maneira mágica,

a lenta discussão que interromperam

os mares e a morte

e a Reyes não desagradará por certo

a proximidade de Virgílio.

(Organizar bibliotecas é exercer,

de um modo silencioso e modesto,

a arte da crítica.)

O homem, que está cego,

sabe que já não poderá decifrar

os belos volumes que manuseia

e que não lhe ajudarão a escrever

o livro que o justificará perante os outros,

mas na tarde que por acaso é de ouro

sorri ante o curioso destino

e sente essa felicidade peculiar

das velhas coisas queridas.

 

Junio. 1968


En la tarde de oro
o en una serenidad cuyo símbolo
podría ser la tarde de oro,
el hombre dispone los libros
en los anaqueles que aguardan
y siente el pergamino, el cuero, la tela
y el agrado que dan
la previsión de un hábito
y el establecimiento de un orden.

Stevenson y el otro escocés, Andrew Lang,
reanudarán aquí, de manera mágica,
la lenta discusión que interrumpieron
los mares y la muerte
y a Reyes no le desagradará ciertamente
la cercanía de Virgilio.

(Ordenar bibliotecas es ejercer,
de un modo silencioso y modesto,
el arte de la crítica.)
El hombre, que está ciego,
sabe que ya no podrá descifrar
los hermosos volúmenes que maneja
y que no le ayudarán a escribir
el libro que lo justificará ante los otros,
pero en la tarde que es acaso de oro
sonríe ante el curioso destino
y siente esa felicidad peculiar
de las viejas cosas queridas.

 

 


quarta-feira, 22 de setembro de 2021

Jorge Luis Borges (Argentina: 1899 – 1986)

Do livro Elogio da sombra – 17 / 31

  

Israel

 

Um homem encarcerado e enfeitiçado,

Um homem condenado a ser a serpente

que guarda um ouro infame,

um homem condenado a ser Shylock,

um homem que se inclina sobre a terra

e que sabe que esteve no Paraíso,

um homem velho e cego que há de romper

as colunas do templo,

um rosto condenado a ser uma máscara,

um homem que apesar dos homens

é Spinoza e o Baal Shem e os cabalistas,

um homem que é o Livro.

uma boca que louva do seu abismo

a justiça do firmamento,

um procurador ou um dentista

que dialogou com Deus em uma montanha,

um homem condenado a ser o escárnio,
a abominação, o judeu,

um homem lapidado, incendiado

e asfixiado em câmaras letais,

um homem que se obstina em ser imortal

e que ora voltou à batalha,

à violenta luz de sua vitória,

formoso como um leão ao meio-dia.

 

 

Israel

 

Un hombre encarcelado y hechizado,
un hombre condenado a ser la serpiente
que guarda un oro infame,
un hombre condenado a ser Shylock,
un hombre que se inclina sobre la tierra
y que sabe que estuvo en el Paraíso,
un hombre viejo y ciego que ha de romper
las columnas del templo,
un rostro condenado a ser una máscara,
un hombre que a pesar de los hombres
es Spinoza y el Baal Shem y los cabalistas,
un hombre que es el Libro,

una boca que alaba desde el abismo
la justicia del firmamento,
un procurador o un dentista
que dialogó con Dios en una montaña,
un hombre condenado a ser el escarnio,

la abominación, el judío,
un hombre lapidado, incendiado
y ahogado en cámaras letales,
un hombre que se obstina en ser inmortal
y que ahora ha vuelto a su batalla,
a la violenta luz de la victoria,
hermoso como un león al mediodía.


terça-feira, 21 de setembro de 2021

Jorge Luis Borges (Argentina: 1899 – 1986)

 

Do livro Elogio da sombra – 16 / 31

 

 A Israel

 

Quem me dirá se tu estás no perdido

Labirinto dos rios seculares

De meu sangue, Israel? Quem os lugares

Que teu sangue e o meu sangue percorreram?

 

Não importa. Sei que tu estás no sagrado

Livro que abarca as eras e que a história

Do vermelho Adão traz-nos e a memória

Daquele que morreu Crucificado.

 

Naquele livro estás, que é o espelho

Dos rostos que sobre ele se debruçam

E do rosto de Deus, que em seu cristal

 

árduo e complexo, horrível se adivinha.

Salve, Israel, que guardas a muralha

divina, na paixão do teu combate.

 

 

A Israel


¿Quién me dirá si estás en el perdido
Laberinto de ríos seculares
De mi sangre, Israel? ¿Quién los lugares
Que mi sangre y tu sangre han recorrido?

No importa. Sé que estás en el sagrado
Libro que abarca el tiempo y que la historia
Del rojo Adán rescata y la memoria
Y la agonía del Crucificado.

En ese libro estás, que es el espejo
De cada rostro que sobre él se inclina
Y del rostro de Dios, que en su complejo

Y arduo cristal, terrible se adivina.
Salve, Israel, que guardas la muralla
De Dios, en la pasión de tu batalla.

 


Jorge Seferis (Grécia: 1900 – 1971)

  Argonautas   E se a alma deve conhecer-se a si mesma ela deve voltar os olhos para outra alma: * o estrangeiro e inimigo, vim...