Do livro Elogio da sombra – 20 / 31
Os gaúchos
Quem lhes
teria dito que seus antepassados vieram por um mar, quem lhes teria dito o que
são um mar e suas águas.
Mestiços do
sangue do homem branco, fizeram pouco caso, mestiços do sangue do homem
vermelho, foram seus inimigos.
Muitos não
terão ouvido jamais a palavra gaúcho, ou a terão ouvido como um insulto.
Aprenderam os
caminhos das estrelas, os hábitos do ar e do pássaro, as profecias das nuvens
do Sul e da lua com um halo.
Foram
pastores do gado bravio, firmes no cavalo do deserto que haviam domado nessa
manhã, laçadores, marcadores, tropeiros, homens da milícia policial, por
algumas vezes matreiros; algum, a quem escutavam, foi o trovador.
Cantava sem
pressa, porque a aurora tarda a clarear, e não alteava a voz.
Havia peões
tigreiros; escudado no poncho o braço esquerdo, o direito afundava o punhal no
ventre do animal, empinado e alto.
O diálogo
pausado, o mate e o baralho foram os moldes de seu tempo.
Ao contrário de outros camponeses, eram aptos
à ironia.
Eram sofridos, castos e pobres. A
hospitalidade foi sua festa.
Em alguma
noite os perdeu o desordeiro álcool dos sábios.
Morriam e
matavam com inocência.
Não eram
devotos, afora alguma obscura superstição, mas a dura vida ensinou-lhes o culto
da coragem.
Homens da
cidade lhes inventaram um dialeto e uma poesia de metáforas rústicas.
Certamente
não foram aventureiros, mas um arreio os levava muito longe e mais longe as
guerras.
Não deram à
história um só caudilho. Foram homens de Lopez, de Ramirez, de Artigas, de
Quiroga, de Bustos, de Pedro Campbell, de Rosas, de Urquiza, daquele Ricardo
López Jordán que mandou matar Urquiza, Peñaloza e Saraiva.
Não morreram
por essa coisa abstrata, a pátria, senão por um patrão casual, uma ira ou pelo convite de um perigo.
Sua cinza
está perdida em remotas regiões do continente, em repúblicas de cuja história
nada souberam, em campos de batalha, hoje famosos.
Hilario
Ascasubi os viu cantando e combatendo.
Viveram seu destino como em um sonho, sem
saber quem eram ou o que eram.
Talvez o mesmo suceda a nós.
Los Gauchos
Quién les hubiera dicho que sus mayores vinieron por un mar, quién les
hubiera dicho lo que son un mar y sus aguas.
Mestizos de
la sangre del hombre blanco, lo tuvieron en poco, mestizos de la sangre del
hombre rojo, fueron sus enemigos.
Muchos no
habrán oído jamás la palabra gaucho, o la habrán oído como una injuria.
Aprendieron
los caminos de las estrellas, los hábitos del aire y del pájaro, las profecías
de las nubes del Sur y de la luna con un cerco.
Fueron
pastores de la hacienda brava, firmes en el caballo del desierto que habían
domado esa mañana, enlazadores, marcadores, troperos, hombres de la partida
policial, alguna vez matreros; alguno, el escuchado, fue el payador.
Cantaba sin
premura, porque el alba tarda en clarear, y no alzaba la voz.
Había peones
tigreros; amparado en el poncho el brazo izquierdo, el derecho sumía el
cuchillo en el vientre del animal, abalanzado y alto.
El diálogo
pausado, el mate y el naipe fueron las formas de su tiempo.
A diferencia
de otros campesinos, eran capaces de ironía.
Eran
sufridos, castos y pobres. La hospitalidad fue su fiesta.
Alguna noche
los perdió el pendenciero alcohol de los sábados.
Morían y mataban con inocencia.
No eran
devotos, fuera de alguna oscura superstición, pero la dura vida les enseñó el
culto del coraje.
Hombres de la
ciudad les fabricaron un dialecto y una poesía de metáforas rústicas.
Ciertamente
no fueron aventureros, pero un arreo los llevaba muy lejos y más lejos las
guerras.
No dieron a
la historia un solo caudillo. Fueron hombres de López, de Ramírez, de Artigas,
de Quiroga, de Bustos, de Pedro Campbell, de Rosas, de Urquiza, de aquel
Ricardo López Jordán que hizo matar a Urquiza, de Peñaloza y de Saravia.
No murieron
por esa cosa abstracta, la patria, sino por un patrón casual, una ira o por la
invitación de un peligro.
Su ceniza
está perdida en remotas regiones del continente, en repúblicas de cuya historia
nada supieron, en campos de batalla, hoy famosos.
Hilario
Ascasubi los vio cantando y combatiendo.
Vivieron su
destino como en un sueño, sin saber quiénes eran o qué eran.
Tal vez lo
mismo nos ocurre a nosotros.