Do livro Elogio da sombra – 19 / 31
O guardião
dos livros
Aí estão os
jardins, os templos e a justificativa dos templos,
A exata
música e as exatas palavras,
Os sessenta e
quatro hexagramas,
Os ritos que
são a única sabedoria
Que outorga o
Firmamento aos homens,
O decoro
daquele imperador
Cuja
serenidade foi refletida pelo mundo, seu espelho,
De sorte que
os campos davam seus frutos
E as
torrentes respeitavam suas margens,
O unicórnio
ferido que regressa para marcar o fim,
As secretas
leis eternas,
O concerto do
orbe;
Essas coisas
ou sua memória estão nos livros
Que custodio
na torre.
Os tártaros
vieram do Norte
Em escovados
potros pequenos;
Aniquilaram
os exércitos
Que o Filho
do Céu mandou para castigar sua impiedade,
Erigiram
pirâmides de fogo e cortaram gargantas,
Mataram o
perverso e o justo,
Mataram o
escravo acorrentado que vigia a porta,
Usaram e
esqueceram as mulheres
E seguiram
rumo ao Sul,
Inocentes
como animais carnívoros,
Cruéis como
punhais.
Na alvorada
incerta
O pai de meu
pai salvou os livros.
Aqui estão na
torre onde jazo,
Recordando os
dias que foram de outros,
Os alheios e
antigos.
Em meus olhos
não há dias. As prateleiras
Estão muito
altas e não as alcançam meus anos.
Léguas de pó
e sonho cercam a torre.
Por que me
enganar?
A verdade é
que nunca soube ler,
Mas me
consolo pensando
Que o
imaginado e o passado já são o mesmo
Para um homem
que foi
E que
contempla o que foi a cidade
E agora volta
a ser o deserto.
O que me
impede de sonhar que por alguma vez
Decifrei a
sabedoria
E desenhei
com diligente mão os símbolos?
Meu nome é
Hsiang. Sou o que custodia os livros,
Que talvez
sejam os últimos,
Pois nada
sabemos do Império
E do Filho do
Céu.
Aí estão nas
altas prateleiras,
Próximas e
distantes a um só tempo,
Secretas e
visíveis como os astros.
Aí estão os
jardins, os templos.
El Guardián
De Los Libros
Ahí están los jardines, los templos y la justificación
de los templos,
La recta
música y las rectas palabras,
Los sesenta y
cuatro hexagramas,
Los ritos que
son la única sabiduría
Que otorga el
Firmamento a los hombres,
El decoro de
aquel emperador
Cuya
serenidad fue reflejada por el mundo, su espejo,
De suerte que
los campos daban sus frutos
Y los
torrentes respetaban sus márgenes,
El unicornio
herido que regresa para marcar el fin,
Las secretas
leyes eternas,
El concierto
del orbe;
Esas cosas o
su memoria están en los libros
Que custodio
en la torre.
Los tártaros
vinieron del Norte
En crinados
potros pequeños;
Aniquilaron
los ejércitos
Que el Hijo
del Cielo mandó para castigar su impiedad,
Erigieron
pirámides de fuego y cortaron gargantas,
Mataron al
perverso y al justo,
Mataron al
esclavo encadenado que vigila la puerta,
Usaron y
olvidaron a las mujeres
Y siguieron
al Sur,
Inocentes
como animales de presa,
Crueles como
cuchillos.
En el alba
dudosa
El padre de
mi padre salvó los libros.
Aquí están en
la torre donde yazgo,
Recordando
los días que fueron de otros,
Los ajenos y
antiguos.
En mis ojos
no hay días. Los anaqueles
Están muy
altos y no los alcanzan mis años.
Leguas de
polvo y sueño cercan la torre.
¿A qué
engañarme?
La verdad es
que nunca he sabido leer,
Pero me
consuelo pensando
Que lo
imaginado y lo pasado ya son lo mismo
Para un
hombre que ha sido
Y que
contempla lo que fue la ciudad
Y ahora
vuelve a ser el desierto.
¿Qué me
impide soñar que alguna vez
Descifré la
sabiduría
Y dibujé con
aplicada mano los símbolos?
Mi nombre es Hsiang.
Soy el que custodia los libros,
Que acaso son
los últimos,
Porque nada
sabemos del Imperio
Y del Hijo
del Cielo.
Ahí están en
los altos anaqueles,
Cercanos y
lejanos a un tiempo,
Secretos y
visibles como los astros.
Ahí están los
jardines, los templos.
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