Kinshasa Memories
I
Volto a Kinshasa, meu amor,
doce paranoia que repito
em cada voo que regressa do sonho ao dia.
Em pleno gozo do clima
percuto sobre o tambor do verão
e cravo nas paredes, com lanças,
minha coleção humana de pássaros.
Esvai-se o sol, enfermo,
a aldeia cresce e consome-se a si mesma,
em nada desconhecida aos meus olhos,
babel de cupins ou estátua de pó,
mas feliz o olhar por retornar a vós,
oh abandonada.
Teu cabelo revolto e medusa
envenenando-o todo,
o assédio do incêndio
e o pânico do amante presa do desejo
inocultável nos parques calcinados,
nos hotéis destruídos,
no delírio da cinza que faz as vezes de neve.
Estou de volta, meu amor,
amestrado em teu aro de fogo,
como o doce paquiderme da amnésia
Te saúdo oh Kinshasa,
Sereníssima
Capital augusta da América Central.
II
Em Kinshasa não chove.
A tribo perfura as colinas e busca os odres
que – dizem – jazem cheios sob o solo.
Assim, perdem as mãos e o sonho,
abrem enormes sulcos,
sinalizam com ossos e mascam raízes
até deixá-las ressequidas.
Um constante zumbido é a palavra
e a aldeia cresce em octógonos incontroláveis,
um andaime feroz
onde guardam a breve história de seu tempo.
Não passa nuvem em Kinshasa,
Apenas um interminável temporal de gafanhotos
que se encarrega de arrasar os telhados
e as frágeis flores
que todos insistem em chamar de esperanças.
Kinshasa memories
I
Vuelvo a Kinshasa, mi amor,
dulce paranoia que repito
en cada vuelo que regresa desde el sueño al día.
En pleno goce del clima
percuto sobre el tambor del verano
y clavo en las paredes, con lanzas,
mi colección de pájaros humana.
Supura el sol, enfermo,
la aldea crece y se consume a sí misma,
nada desconocida a mis ojos,
babel de termitas o estatua de polvo,
pero feliz la mirada por volver a vos,
oh abandonada…
Tu pelo revuelto y medusa
envenenándolo todo,
el asedio del incendio
y el pánico del amante presa del deseo
inocultable en los parques calcinados,
en los hoteles destruidos,
en el delirio de la ceniza que hace las veces de nieve.
Estoy de vuelta, amor mío,
amaestrado en tu aro de fuego,
como el dulce paquidermo de la amnesia
te saludo, oh Kinshasa,
Serenísima,
Capital Augusta de la América Central.
.
II
En Kinshasa no queda lluvia.
La tribu perfora los cerros y busca los odres
—que dicen— yacen repletos bajo el suelo.
Así, pierden las manos y el sueño,
abren en enormes surcos,
señalizan con huesos y mascan raíces
hasta dejarlas resecas.
Un constante zumbido es la palabra
y la aldea crece en octágonos incontenibles,
un andamiaje feroz
donde guardan la breve historia de su tiempo.
No pasa nube en Kinshasa,
tan sólo, un interminable temporal de langostas
que se encarga de arrasar las techumbres
y a las precarias flores
que todos dan por llamar esperanzas.