segunda-feira, 20 de setembro de 2021

Jorge Luis Borges (Argentina: 1899 – 1986)

Do livro Elogio da sombra – 15 / 31

 

 Pedro Salvadores

A Juan Murchison

 

Quero deixar escrito, talvez pela primeira vez, um dos fatos mais estranhos e mais tristes de nossa história. Interferir o menos possível em sua narrativa, prescindir de acréscimos pitorescos e de conjeturas aventureiras é, parece-me, a melhor maneira de fazê-lo.

Um homem, uma mulher e a vasta sombra de um ditador são os três personagens. O homem se chamava Pedro Salvadores; meu avô Acevedo viu-o, dias ou semanas depois da batalha de Caseros. Pedro Salvadores, talvez, não se distinguia do comum das gentes, mas seu destino e os anos o fizeram único. Seria um senhor como tantos outros de sua época. Possuía (cabe-nos supor) um estabelecimento no campo e era unitarista. O sobrenome de sua mulher era Planes; os dois moravam na rua Suipacha, perto da esquina do Templo. A casa em que se deram os fatos seria igual às outras: a porta da rua, o vestíbulo, a porta-cancela, os aposentos, a profundidade dos pátios. Certa noite, por volta de 1842, ouviram o progressivo e surdo rumor dos cascos dos cavalos na rua de terra e os vivas e morras dos cavaleiros. A mazorca [1], desta vez, não passou ao largo. À gritaria sucederam-se os repetidos golpes; enquanto os homens derrubavam a porta, Salvador conseguiu arrastar a mesa de jantar, levantar o tapete e ocultar-se no porão. A mulher pôs a mesa em seu lugar. A mazorca entrou com violência; vinham para levar Pedro Salvadores. A mulher declarou que ele havia fugido para Montevidéu. Não acreditaram; açoitaram-na, quebraram toda a louça azul celeste, revistaram a casa, mas não lhes ocorreu levantar o tapete. À meia-noite se foram, não sem haver jurado voltar.

Aqui começa verdadeiramente a história de Pedro Salvadores. Viveu noves anos no porão. Por mais que digamos que os anos são feitos de dias e os dias de horas e que nove anos é uma expressão abstrata e uma soma impossível, essa história é atroz. Suspeito que na sombra em que seus olhos aprenderam a decifrar ele não pensava em nada, nem mesmo em seu ódio nem em seu perigo. Estava ali, no porão. Alguns ecos daquele mundo que lhe era proibido lhe chegariam de cima: os passos costumeiros de sua mulher, a pancada do balde no parapeito da cisterna, a pesada chuva no pátio. Além disso, cada dia poderia ser o último.

A mulher foi despedindo a criadagem, que era capaz de denunciá-los. Disse a todos os seus que Salvadores estava na Banda Oriental. Ganhou o pão dos dois costurando para o exército. No decurso dos anos teve dois filhos; a família a repudiou, atribuindo-os a um amante. Depois da queda do tirano, pediram-lhe perdão de joelhos.

O quê foi, quem foi, Pedro Salvadores? Encarceraram-no o terror, o amor, a invisível presença de Buenos Aires e, finalmente, o hábito? Para que não a deixasse só, sua mulher lhe daria falsas notícias de conspiradores e de vitórias. É possível que fosse covarde e a mulher lealmente lhe escondeu que sabia. Imagino-o em seu porão, talvez sem um candeeiro, sem um livro. A sombra o afundaria no sono. Sonharia, a princípio, com a noite tremenda em que o aço procuraria a garganta, com as ruas abertas, com a planície. Com o passar dos anos não poderia fugir e sonharia com o porão. Ele seria, no início, um acossado, um ameaçado; depois, não o saberemos nunca, um animal tranquilo em sua toca ou uma espécie de obscura divindade.

Tudo isso até aquele dia do verão de 1852 em que Rosas fugiu. Foi então que o homem acobertado saiu à luz do dia; meu avô falou com ele. Balofo e obeso, estava da cor da cera e não falava em voz alta. Nunca lhe devolveram os campos que haviam sido confiscados; creio que morreu na miséria. Como todas as coisas, o destino de Pedro Salvadores parece-nos um símbolo de algo que estamos a um passo de compreender.

 

 

Pedro Salvadores

A Juan Murchison

 

Quiero dejar escrito, acaso por primera vez, uno de los hechos más raros y más tristes de nuestra historia. Intervenir lo menos posible en su narración, prescindir de adiciones pintorescas y de conjeturas aventuradas es, me parece, la mejor manera de hacerlo.

Un hombre, una mujer y la vasta sombra de un dictador son los tres personajes. El hombre se llamó Pedro Salvadores; mi abuelo Acevedo lo vio, días o semanas después de la batalla de Caseros. Pedro Salvadores, tal vez, no difería del común de la gente, pero su destino y los años lo hicieron único. Sería un señor como tantos otros de su época. Poseería (nos cabe suponer) un establecimiento de campo y era unitario. El apellido de su mujer era Planes; los dos vivían en la calle Suipacha, no lejos de la esquina del Temple. La casa en que los hechos ocurrieron sería igual a las otras: la puerta de calle, el zaguán, la puerta cancel, las habitaciones, la hondura de los patios. Una noche, hacia 1842, oyeron el creciente y sordo rumor de los cascos de los caballos en la calle de tierra y los vivas y mueras de los jinetes. La mazorca, esta vez, no pasó de largo. Al griterío sucedieron los repetidos golpes; mientras los hombres derribaban la puerta, Salvadores pudo correr la mesa del comedor, alzar la alfombra y ocultarse en el sótano. La mujer puso la mesa en su lugar. La mazorca irrumpió; venían a llevárselo a Salvadores. La mujer declaró que éste había huido a Montevideo. No le creyeron; la azotaron, rompieron toda la vajilla celeste, registraron la casa, pero no se les ocurrió levantar la alfombra. A la medianoche se fueron, no sin haber jurado volver.

Aquí principia verdaderamente la historia de Pedro Salvadores. Vivió nueve años en el sótano. Por más que nos digamos que los años están hechos de días y los días de horas y que nueve años es un término abstracto y una suma imposible, esa historia es atroz. Sospecho que en la sombra que sus ojos aprendieron a descifrar, no pensaba en nada, ni siquiera en su odio ni en su peligro.

Estaba ahí, en el sótano. Algunos ecos de aquel mundo que le estaba vedado le llegarían desde arriba: los pasos habituales de su mujer, el golpe del brocal y del balde, la pesada lluvia en el patio. Cada día, por lo demás, podía ser el último.

La mujer fue despidiendo a la servidumbre, que era capaz de delatarlos. Dijo a todos los suyos que Salvadores estaba en la Banda Oriental. Ganó el pan de los dos cosiendo para el ejército. Em el decurso de los años tuvo dos hijos; la familia la repudió, atribuyéndolos a un amante. Después de la caída del tirano, le pedirían perdón de rodillas.

¿Qué fue, quién fue, Pedro Salvadores? ¿Lo encarcelaron el terror, el amor, la invisible presencia de Buenos Aires y, finalmente, la costumbre? Para que no la

dejara sola, su mujer le daría inciertas noticias de conspiraciones y de victorias. Acaso era cobarde y la mujer lealmente le ocultó que ella lo sabía. Lo imagino en su sótano, tal vez sin un candil, sin un libro. La sombra lo hundiría en el sueño. Soñaría, al principio, con la noche tremenda en que el acero buscaba la garganta, con las calles abiertas, con la llanura. Al cabo de los años no podría huir y soñaría com el sótano. Sería, al principio, un acosado, un amenazado; después no lo sabremos nunca, um animal tranquilo en su madriguera o una suerte de oscura divinidad.

Todo esto hasta aquel día del verano de 1852 en que Rosas huyó. Fue entonces cuando el hombre secreto salió a la luz del día; mi abuelo habló con él. Fofo y obeso, estaba del color de la cera y no hablaba en voz alta. Nunca le devolvieron los campos que le habían sido confiscados; creo que murió en la miseria. Como todas las cosas, el destino de Pedro Salvadores nos parece un símbolo de algo que estamos a punto de comprender.


 

(*) Mazorca: força policial a serviço do ditador argentino Juan Manuel de Rosas.

domingo, 19 de setembro de 2021

Jorge Luis Borges (Argentina: 1899 – 1986)

Do livro Elogio da sombra – 14 / 31

  

Do livro Elogio da sombra – 14 / 31

 

Rubayat

 

Volte do persa em minha voz a métrica
A recordar que o tempo é diversa
Trama de sonhos ávidos que somos
E que o secreto Sonhador dispersa.

Volte a afirmar que o fogo é a cinza,
A carne o pó, o rio o passageiro
reflexo da tua e da minha vida
Que devagar dispersam-se ligeiros.

Volte a afirmar que o árduo monumento
Que erige a presunção é como o vento
Que passa, e que à luz inconcebível
Do Eterno, são cem anos um momento.

Volte a acautelar que o rouxinol de ouro
Canta por uma só vez no sonoro
Ponto excelso da noite, e que seus astros
Avaros não prodigam seu tesouro.

Volte a lua ao verso que tua mão
Escreve como volta no temporão
Azul a teu jardim. A mesma lua
Desse jardim buscar-te-á em vão.

Que sejam sob a lua das mais ternas
Tardes teu humilde exemplo essas cisternas,
Em cujo espelho d’água se repetem
Umas poucas imagens sempiternas.

E que a lua do persa e os imprecisos
dourados dos crepúsculos desertos
Voltem. Hoje é ontem. És os outros
Cujo semblante é pó. Tu és os mortos.

 

Rubaiyat


Torne en mi voz la métrica del persa
A recordar que el tiempo es la diversa
Trama de sueños ávidos que somos
Y que el secreto Soñador dispersa.


Torne a afirmar que el fuego es la ceniza,
La carne el polvo, el río la huidiza
Imagen de tu vida y de mi vida
Que lentamente se nos va de prisa.


Torne a afirmar que el arduo monumento
Que erige la soberbia es como el viento
Que pasa, y que a la luz inconcebible
de Quien perdura, un siglo es un momento.


Torne a advertir que el ruiseñor de oro
Canta una sola vez en el sonoro
Ápice de la noche y que los astros
Avaros no prodigan su tesoro.


Torne la luna al verso que tu mano
Escribe como torna en el temprano
Azul a tu jardín. La misma luna
De ese jardín te ha de buscar en vano.

 

Sean bajo la luna de las tiernas
Tardes tu humilde ejemplo las cisternas,
En cuyo espejo de agua se repiten
Unas pocas imágenes eternas.


Que la luna del persa y los inciertos
Oros de los crepúsculos desiertos
Vuelvan. Hoy es ayer. Eres los otros
Cuyo rostro es el polvo. Eres los muertos.


sábado, 18 de setembro de 2021

Jorge Luis Borges (Argentina: 1899 – 1986)

 

Do livro Elogio da sombra – 13 / 31

 

 As coisas

 

A bengala, as moedas, o chaveiro,

A dócil fechadura e extemporâneas

Notas que não lerão os poucos dias

Que me restam, os naipes, tabuleiro,

 

Um livro e em suas páginas a pálida

Violeta, monumento de uma tarde

Por certo inesquecível e esquecida,

O ocidental espelho rubro em que arde

 

Uma ilusória aurora. Quantas coisas,

Limas e taças, atlas, também cravos,

Servem-nos como tácitos escravos,

 

Cegas e estranhamente sigilosas!

Mais do que nosso olvido durarão,

E que partimos nunca saberão.

 

Las Cosas


El bastón, las monedas, el llavero,
La dócil cerradura, las tardías
Notas que no leerán los pocos días
Que me quedan, los naipes y el tablero,

Un libro y en sus páginas la ajada
Violeta, monumento de una tarde
Sin duda inolvidable y ya olvidada,
El rojo espejo occidental en que arde

Una ilusoria aurora. Cuántas cosas,
Limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
Nos sirven como tácitos esclavos,

Ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
No sabrán nunca que nos hemos ido.


sexta-feira, 17 de setembro de 2021

Jorge Luis Borges (Argentina: 1899 – 1986)

Do livro Elogio da sombra – 12 / 31

  

A certa sombra

 

Que não profanem teu sagrado solo, Inglaterra.

O javali alemão e a hiena italiana.

Ilha de Shakespeare, que teus filhos te salvem

E também tuas sombras gloriosas.

Nesta margem ulterior dos mares

As invoco e acodem

Vindas do inumerável passado,

Com altas mitras e coroas de ferro,

Com Bíblias, com espadas, com remos,

Com âncoras e com arcos.

Pairam sobre mim na alta noite

Propicia à retórica e à magia

E busco pela mais tênue, a quebradiça,

E lhe advirto: oh, amigo,

O continente hostil se prepara com armas

Para invadir tua Inglaterra,

Como nos dias em que sofreste e cantaste.

Pelo mar, pela terra e pelo ar convergem os exércitos.

Torna a sonhar, De Quincey.

Tece para baluarte de tua ilha

Redes de pesadelos.

Que por seus labirintos de tempo

Errem sem fim os que odeiam.

Que sua noite se meça por centúrias, por eras, por pirâmides,

Que as armas sejam pó, pó os rostos,

Que nos salvem agora as indecifráveis arquiteturas

Que infundiram horror a teu sonho.

Irmão da noite, bebedor de ópio,

Pai de sinuosos períodos que já são labirintos e torres,

Pai das palavras que não são esquecidas,

Ouves-me, amigo não divisado, ouves-me

Através dessas coisas insondáveis

que são os mares e a morte?

  

A Cierta Sombra, 1940

Que no profanen tu sagrado suelo, Inglaterra,
El jabalí alemán y la hiena italiana.
Isla de Shakespeare, que tus hijos te salven
Y también tus sombras gloriosas.
En esta margen ulterior de los mares
Las invoco y acuden
Desde el innumerable pasado,
Con altas mitras y coronas de hierro,
Con Biblias, con espadas, con remos,
Con anclas y con arcos.

Se ciernen sobre mí en la alta noche
Propicia a la retórica y a la magia
Y busco la más tenue, la deleznable,
Y le advierto: oh, amigo,
El continente hostil se apresta con armas
A invadir tu Inglaterra,
Como en los días que sufriste y cantaste.

Por el mar, por la tierra y por el aire convergen los ejércitos.
Vuelve a soñar, De Quincey.
Teje para baluarte de tu isla
Redes de pesadillas.
Que por sus laberintos de tiempo
Erren sin fin los que odian.

Que su noche se mida por centurias, por eras, por pirámides,
Que las armas sean polvo, polvo las caras,
Que nos salven ahora las indescifrables arquitecturas
Que dieron horror a tu sueño.
Hermano de la noche, bebedor de opio,
Padre de sinuosos períodos que ya son laberintos y torres,
Padre de las palabras que no se olvidan,
¿Me oyes, amigo no mirado, me oyes
A través de esas cosas insondables
Que son los mares y la muerte?


quinta-feira, 16 de setembro de 2021

Jorge Luis Borges (Argentina: 1899 – 1986)

 Do livro Elogio da sombra – 11 / 31

 Do livro Elogio da sombra – 11 / 31


 O etnólogo

 

O caso foi-me relatado no Texas, mas acontecera em outro estado. Consta que havia apenas um personagem, salvo que em toda a história os personagens são milhares, visíveis e invisíveis, vivos e mortos. Chamava-se, creio, Fred Murdock. Era alto como um norte-americano, nem louro nem moreno, perfil de machado, de muito poucas palavras. Não havia nada de característico nele, nem sequer a fingida característica que é própria dos jovens. Naturalmente respeitoso, não descria dos livros nem de quem escreve os livros. Sua idade era aquela em que o homem ainda não sabe quem ele é e está disposto a se entregar ao que lhe apresenta o acaso: a mística do persa ou a desconhecida origem do húngaro, as aventuras da guerra ou a álgebra, o puritanismo ou a orgia. Na universidade aconselharam-no a estudar as línguas indígenas. Há ritos esotéricos que perduram em certas tribos do oeste; seu professor, um homem entrado nos anos, propôs-lhe que fizesse sua moradia em uma reserva, que descobrisse o segredo que os feiticeiros revelam ao iniciado. Na volta, escreveria uma tese que as autoridades do instituto publicariam. Murdock aceitou com alacridade. Um de seus antepassados havia sido morto nas guerras da fronteira; essa antiga discórdia de suas estirpes era um vínculo agora. Previu, sem dúvida, as dificuldades que o aguardavam; tinha de conseguir que os peles-vermelhas o aceitassem como a um dos seus. Empreendeu a longa aventura. Por mais de dois anos morou na pradaria, entre muros de adobe ou ao relento. Levantava-se antes do alvorecer, deitava-se ao anoitecer, chegou a sonhar em um idioma que não era o de seus pais. Acostumou seu paladar a sabores ásperos, cobriu-se de roupas estranhas, esqueceu-se dos amigos e da cidade, chegou a pensar de uma maneira que sua lógica rejeitava. Durante os primeiros meses de aprendizado tomava notas sigilosas, que rasgaria depois, talvez para não despertar a suspeita dos outros, talvez porque já não precisasse delas. Ao término de um prazo prefixado por certos exercícios, de índole moral e de índole física, o sacerdote ordenou-lhe que fosse se lembrando de seus sonhos e que os revelasse a ele ao clarear o dia. Comprovou que nas noites de lua cheia sonhava com bisões. Revelou esses sonhos repetidos a seu mestre; este terminou por revelar-lhe sua doutrina secreta. Uma manhã, sem haver se despedido de ninguém, Murdock se foi.

 

Na cidade, sentiu saudade daquelas primeiras tardes na pradaria em que havia sentido, faz tempo, saudade da cidade. Foi à sala do professor e disse-lhe que sabia o segredo e que havia decidido não revelá-lo.

 

– Impede-o seu juramento? – perguntou o outro.

– Não é essa minha razão – disse Murdock. – Longe daqui aprendi algo que não posso dizer.

– Talvez o idioma inglês seja insuficiente? – observaria o outro.

– Nada disso, senhor. Agora que possuo o segredo, poderia enunciá-lo de cem modos distintos e mesmo contraditórios. Não sei muito bem como dizer-lhe que o segredo é precioso e que agora a ciência, nossa ciência, parece-me uma frivolidade.

Disse ainda após uma pausa:

– O segredo, além do mais, não vale o que valem os caminhos que a ele me conduziram. Esses caminhos precisam ser percorridos.

O professor lhe disse com frieza:

– Comunicarei sua decisão ao Conselho. Você pensa em viver entre os índios?

Murdock respondeu:

– Não. Talvez eu não volte à pradaria. O que me ensinaram seus homens serve para qualquer lugar e para qualquer circunstância – tal foi em essência a conversa.

Fred casou-se, divorciou-se e agora é um dos bibliotecários de Yale.

 

El Etnógrafo


El caso me lo refirieron en Texas, pero había acontecido en otro estado. Cuenta con un solo protagonista, salvo que en toda historia los protagonistas son miles, visibles e invisibles, vivos y muertos. Se llamaba, creo, Fred Murdock. Era alto a la manera americana, ni rubio ni moreno, de perfil de hacha, de muy pocas palabras. Nada singular había en él, ni siquiera esa fingida singularidad que es propia de los jóvenes. Naturalmente respetuoso, no descreía de los libros ni de quienes escriben los libros. Era suya esa edad en que el hombre no sabe aún quién es y está listo a entregarse a lo que le propone el azar: la mística del persa o el desconocido origen del húngaro, las aventuras de la guerra o el álgebra, el puritanismo o la orgía. En la universidad le aconsejaron el estudio de las lenguas indígenas. Hay ritos esotéricos que perduran en ciertas tribus del oeste; su profesor, un hombre entrado en años, le propuso que hiciera su habitación en

una reserva, que observara los ritos y que descubriera el secreto que los brujos revelan al iniciado. A su vuelta, redactaría una tesis que las autoridades del instituto darían a la imprenta. Murdock aceptó con alacridad. Uno de sus mayores había muerto en las guerras de la frontera; esa antigua discordia de sus estirpes era un vínculo ahora. Previo, sin duda, las dificultades que lo aguardaban; tenía que lograr que los hombres rojos lo aceptaran como uno de los suyos. Emprendió la larga aventura. Más de dos años habitó en la pradera, entre muros de adobe o a la intemperie. Se levantaba antes del alba, se acostaba al anochecer, llegó a soñar en un idioma que no era el de sus padres. Acostumbró su paladar a sabores ásperos, se cubrió con ropas extrañas, olvidó los amigos y la ciudad, llegó a pensar de una manera que su lógica rechazaba. Durante los primeros meses de aprendizaje tomaba notas sigilosas, que rompería después, acaso para no despertar la suspicacia de los otros, acaso porque ya no las precisaba. Al término de un plazo prefijado por ciertos ejercicios, de índole moral y de índole física, el sacerdote le ordenó que fuera recordando sus sueños y que se los confiara al clarear el día. Comprobó que en las noches de luna llena soñaba con bisontes. Confió estos sueños repetidos a su maestro; éste acabó por revelarle su doctrina secreta. Una mañana, sin haberse despedido de nadie, Murdock se fue.


En la ciudad, sintió la nostalgia de aquellas tardes iniciales de la pradera en que

había sentido, hace tiempo, la nostalgia de la ciudad. Se encaminó al despacho del profesor y le dijo que sabía el secreto y que había resuelto no revelarlo.

 

– ¿Lo ata su juramento? – preguntó el otro.

– No es ésa mi razón – dijo Murdock– . En esas lejanías aprendí algo que no puedo decir.

– ¿Acaso el idioma inglés es insuficiente? –  observaría el otro.

– Nada de eso, señor. Ahora que poseo el secreto, podría enunciarlo de cien modos distintos y aun contradictorios. No sé muy bien cómo decirle que el secreto es precioso y que ahora la ciencia, nuestra ciencia, me parece una mera frivolidad.

Agregó al cabo de una pausa:

– El secreto, por lo demás, no vale lo que valen los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos.

El profesor le dijo con frialdad:

– Comunicaré su decisión al Consejo. ¿Usted piensa vivir entre los indios?
Murdock le contestó:

– No. Tal vez no vuelva a la pradera. Lo que me enseñaron sus hombres vale para cualquier lugar y para cualquier circunstancia. Tal fue en esencia el diálogo.

Fred se casó, se divorció y es ahora uno de los bibliotecarios de Yale.


 


quarta-feira, 15 de setembro de 2021

Jorge Luis Borges (Argentina: 1899 – 1986)

 

Do livro Elogio da sombra – 10 / 31

  

Ricardo Güiraldes *

 

Ninguém irá esquecer que foste amável;

Era a não procurada, era a primeira

Forma de seu desvelo, a verdadeira

Cifra de uma alma clara como o dia.

 

Tampouco esquecerei sua bizarra

Serenidade, o fino rosto forte,

As luzes das vitórias e as da morte,

A mão a dialogar com a guitarra.

Como no puro sonho de um espelho

(És a realidade, eu seu reflexo)

Vejo-te conversando com nós outros

 

Em Quintana, onde estás, mágico e morto.

É todo teu, Ricardo, o agora aberto

Campo de ontem, crepúsculo dos potros.

 

Ricardo Güiraldes


Nadie podrá olvidar su cortesía;
Era la no buscada, la primera
Forma de su bondad, la verdadera
Cifra de un alma clara como el día.

 

No he de olvidar tampoco la bizarra
Serenidad, el fino rostro fuerte,
Las luces de la gloria y de la muerte,
La mano interrogando la guitarra.


Como en el puro sueño de un espejo
(Tú eres la realidad, yo su reflejo)
Te veo conversando con nosotros


En Quintana. Ahí estás, mágico y muerto.
Tuyo, Ricardo, ahora es el abierto
Campo de ayer, el alba de los potros.


 (*) Ricardo Güiraldes: poeta e romancista argentino (1886 – 1927)

 

terça-feira, 14 de setembro de 2021

Jorge Luis Borges (Argentina: 1899 – 1986)

Do livro Elogio da sombra – 09 / 31

 



O labirinto



Zeus não podia desatar as redes

de pedra que me cercam. Esqueci-me

dos homens que antes fui, sigo o odiado

caminho de monótonas paredes

que é meu destino. Retas galerias

que se encurvam em círculos secretos

ao término dos anos. Parapeitos

aos quais rachou a cobiça dos meus dias.

Decifrei no terreno esfarelado

rastros que temo. No ar foi-me trazido

nas encurvadas tardes um bramido

e o ecoar de um bramido desolado.

Sei que na sombra há Outro, cuja sorte

é fatigar as amplas soledades

que tecem e destecem este Hades,

e ansiar meu sangue e engolir minha morte.

Buscamo-nos os dois. Quem dera fosse

este o último dia desta espera.



El Laberinto


Zeus no podría desatar las redes
de piedra que me cercan. He olvidado
los hombres que antes fui; sigo el odiado
camino de monótonas paredes

que es mi destino. Rectas galerías
que se curvan en círculos secretos
al cabo de los años. Parapetos
que ha agrietado la usura de los días.

En el pálido polvo he descifrado
rastros que temo. El aire me ha traído
en las cóncavas tardes un bramido
o el eco de un bramido desolado.

Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte
es fatigar las largas soledades
que tejen y destejen este Hades
y ansiar mi sangre y devorar mi muerte.

Nos buscamos los dos. Ojalá fuera
éste el último día de la espera.

segunda-feira, 13 de setembro de 2021

Jorge Luis Borges (Argentina: 1899 – 1986)

 

Do livro Elogio da sombra – 08 / 31

 

Labirinto

 

(Esta tradução foi realizada em parceria com Isaias Edson Sidney)

 

Não haverá nunca uma porta. Estás dentro

E o alcácer guarda em si todo o universo

E não tem nem anverso nem reverso

Nem muro externo nem secreto centro.

 

Não esperes que o rigor de teu caminho

Que teimoso bifurca-se num outro,

Que se bifurca noutro tenazmente,

Terá fim. É de ferro teu destino

 

Como teu juiz. Não aguardes a investida

Do touro que é homem, cuja estranha

Forma múltipla assusta o emaranhado

 

De interminável pedra entretecida.

Não existe. Nada esperes. Nem sequer

a fera no sombrio entardecer.

 

Laberinto


No habrá nunca una puerta. Estás adentro
Y el alcázar abarca el universo
Y no tiene ni anverso ni reverso
Ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
Que tercamente se bifurca en otro,
Que tercamente se bifurca en otro,
Tendrá fin. Es de hierro tu destino
Como tu juez. No aguardes la embestida
Del toro que es un hombre y cuya extraña
Forma plural da horror a la maraña
De interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera

En el negro crepúsculo la fiera.


domingo, 12 de setembro de 2021

Jorge Luis Borges (Argentina: 1899 – 1986)

Do livro Elogio da sombra – 07 / 31

 

20 de maio de 1928

 

Agora é invulnerável como os deuses.

Nada na terra pode feri-lo, nem o desamor de uma mulher, nem a tísica, nem as ansiedades do verso, nem essa coisa branca, a lua, que já não tem que fixar em palavras.

Caminha lentamente sob as tílias; olha as balaustradas e as portas não para recordá-las.

Já sabe quantas noites e quantas manhãs lhe restam.

Sua vontade impôs-lhe uma disciplina precisa. Executará determinados atos, atravessará previstas esquinas, tocará uma árvore ou uma grade, para que o porvir seja tão irrevogável como o passado.

Age dessa maneira para que o feito que deseja realizar e teme não seja outra coisa a não ser o termo final de uma série.

Caminha pela rua 49; pensa que nunca atravessará tal ou qual saguão lateral.

Sem que suspeitassem, já se despedira de muitos amigos.

Pensa o que nunca saberá, se o dia seguinte será um dia de chuva.

Passa por um conhecido e lhe prega uma peça.

Sabe que este episódio será, por um tempo, uma piada.

Agora  é invulnerável como os mortos.

Na hora acertada, subirá por alguns degraus de mármore. (Isto perdurará na memória dos outros.)

Descerá ao lavatório; no piso axadrezado a água rapidamente apagará o sangue. O espelho o aguarda.

Penteará o cabelo, ajustará o nó da gravata (sempre foi um pouco dândi, como convém a um jovem poeta) e procurará imaginar que o outro, o do espelho, executa os atos e que ele, seu sósia, os repete. A mão não vacilará no que fará por último. Docilmente, magicamente, já terá apoiado a arma contra a têmpora.

Assim, creio, aconteceram as coisas.

 

Mayo 20, 1928


Ahora es invulnerable como los dioses.
Nada en la tierra puede herirlo, ni el desamor de una mujer, ni la tisis, ni las ansiedades del verso, ni esa cosa blanca, la luna, que ya no tiene que fijar en palabras.
Camina lentamente bajo los tilos; mira las balaustradas y las puertas, no para recordarlas.
Ya sabe cuántas noches y cuántas mañanas le faltan.
Su voluntad le ha impuesto una disciplina precisa. Hará determinados actos, cruzará previstas esquinas, tocará un árbol o una reja, para que el porvenir sea tan irrevocable como el pasado.
Obra de esa manera para que el hecho que desea y que teme no sea otra cosa que el término final de una serie.

Camina por la calle 49; piensa que nunca atravesará tal o cual zaguán lateral.
Sin que lo sospecharan, se ha despedido ya de muchos amigos.
Piensa lo que nunca sabrá, si el día siguiente será un día de lluvia.
Se cruza con un conocido y le hace una broma.
Sabe que este episodio será, durante algún tiempo, una anécdota.
Ahora es invulnerable como los muertos.
En la hora fijada, subirá por unos escalones de mármol. (Esto perdurará en la memoria de otros.)
Bajará al lavatorio; en el piso ajedrezado el agua borrará muy pronto la sangre. El espejo lo aguarda.
Se alisará el pelo, se ajustará el nudo de la corbata (siempre fue un poco dandy, como cuadra a un joven poeta) y tratará de imaginar que el otro, el del cristal, ejecuta los actos y que él, su doble, los repite. La mano no le temblará cuando ocurra el último. Dócilmente, mágicamente, ya habrá apoyado el arma contra la sien.
Así, lo creo, sucedieron las cosas.

Jorge Seferis (Grécia: 1900 – 1971)

  Argonautas   E se a alma deve conhecer-se a si mesma ela deve voltar os olhos para outra alma: * o estrangeiro e inimigo, vim...